Tengo en mis manos la herencia de mi abuelo, un montón de segundos apilados y llenos de polvo, no, no son solo negativos, son emociones, son días especiales, son alegrías y también algunas nostalgias, son instantes del pasado congelados y traídos al presente, puedo ver en ellos la emoción del hombre fuerte que sentía, que amaba encontrar el momento, que disfrutaba al presionar el botón que congelaría el tiempo, el botón que le regalaría a sus nietos la posibilidad de sentir la mirada de la niñez de sus padres, el botón que hereda el poder observar a través de sus ojos un instante, un fragmento, un pedacito especial de su vida que incluirá segura e involuntariamente en su testamento.
El sueño de controlar el tiempo parece prohibido a la humanidad, sin saberlo Daguerre abrió la puerta a la posibilidad de poner el dedo en el segundero y congelar un instante, impregnar en un papel la esencia de una mirada, la emoción de una sonrisa o la tristeza de una sombra, él creía que podía pintar en segundos, la verdad es que estaba capturando el alma de un momento, generó la posibilidad de observar el instante de tiempo detenido en el pasado donde alguien reía, alguien lloraba, alguien triunfaba, alguien sentía la emoción de mirar un paisaje o la emoción de reflejarse en los ojos de las almas de los que más amaba.
Todas las fotos tienen dos caras, como los antiguos discos, en el lado A se encuentra una historia, un momento o una sonrisa, en el lado B ahi se hace la magia, no es fácil de mirar, para ver el lado B hay que ser experto y conectar el ojo con el corazón, no hay que voltear la foto, hay que entrar en ella, ahi, escondida en cada uno de los detalles de la imagen encuentras el alma del fotógrafo.
Aprender a capturar instantes te permite detener el tiempo, encerrar en una imagen a los protagonistas de momentos especiales, únicos e in repetibles.